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¿Competir o cooperar?

Muchos entrenadores de equipos deportivos se han planteado en algún momento de su carrera que era mejor para el rendimiento de su equipo fomentar un ambiente competitivo o cooperativo.

Esta pregunta ha sido objeto de estudio desde hace bastante tiempo en el mundo del deporte. Los primeros estudios se realizaron a finales del siglo XIX. Concretamente, Triplett (1898) observó que los ciclistas iban más rápido cuando corrían con o contra otro ciclista que cuando lo hacían solos contra el reloj.

Posteriormente, otros estudios se centraron en comparar el efecto de la competición y la cooperación en el rendimiento grupal. Deutsch (1949b) encontró que los grupos competitivos presentaban un peor rendimiento que los grupos cooperativos y que además se mostraron más centrados en sí mismos, menos comunicativos y con más conflictos grupales. En la misma línea, Johnson y Johnson (1985) analizaron 122 estudios y encontraron que en la mayoría de ellos la cooperación producía mayores logros y mejores ejecuciones que la competición.

No obstante, los resultados de estos estudios no son concluyentes ya que, en muchos casos, la tarea a realizar exigía una estrategia cooperativa más que competitiva. En otras palabras, la naturaleza de la tarea influye en qué estrategia usar.

En ese sentido y de acuerdo con Deutsch, son pocas las situaciones que son cooperativas puras o competitivas puras. La mayoría de interacciones sociales conllevan algún tipo de conducta dirigida a un objetivo, que recompensa a la persona (o personas) por el logro de éste, pero requieren algún tipo de esfuerzo cooperativo del resto de personas implicadas. Así, un jugador de fútbol, baloncesto, balonmano… puede competir con sus compañeros por jugar más minutos y a la vez cooperar con ellos para conseguir la victoria del partido.

Por tanto, la preocupación del entrenador no debería ser tanto si generar un ambiente competitivo o cooperativo en el equipo sino en cómo combinarlos para conseguir el máximo rendimiento individual y grupal.

Para ilustrar esto pongamos la siguiente situación de baloncesto:

Dos jugadores corren el contraataque. El que lleva el balón está defendido. En ese contexto, este  jugador puede decidir tres cosas: 1) Entrar a canasta; 2) Esperar a que vengan más compañeros y 3) Pasar el balón al compañero que está solo cerca de la canasta.

En el primer caso, la estrategia del jugador podría definirse como meramente competitiva ya que antepone su interés personal (i.e., anotar) frente al de los demás (i.e., que el compañero anote). Esto perjudica el rendimiento grupal ya que al estar defendido es menos probable que consiga canasta.

En el 2º caso, la estrategia del jugador sería meramente cooperativa, antepone la participación de los miembros del equipo en el ataque frente a su interés personal (i.e., anotar, dar una asistencia).  Esto perjudica el rendimiento grupal ya que desaprovecha la ventaja numérica.

En el tercer caso, la estrategia del jugador combinaría ambos aspectos ya que, por un lado, mejora sus propias estadísticas (i.e., nº asistencias) y además, permite que el compañero mejore las suyas. Esto favorece el rendimiento grupal ya que es más probable que el compañero anote.

En definitiva, no hay que centrarse en si una u otra actitud es mejor o peor en sí misma, en si hemos de fomentar más una que otra. Más bien el trabajo se ha de centrar en favorecer que éstas no estén reñidas con los objetivos grupales, y por tanto, no influyan negativamente en el rendimiento. En unos casos, será conveniente ser competitivo y en otros casos, ser cooperativo.

Extraído del blog psicología deportiva

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